- Deberíamos ponerlo en un estanque. Y curarle el hombro, lo queremos con vida y entero.
- Lo sé. Llama a Mary, ella lo curará. Ahora quiero una buena cerveza.
Vector escuchó la breve conversación de los humanos, los mismos que lo habían capturado hace ya dos días. Unas fuertes pisadas le indicaron que se volvía a encontrar solo. Abrió los ojos de golpe. Se encontraba en una habitación pequeña y pestilente. Lo habían depositado en una especie de cacerola grande y blanca, aparentemente de mármol o de algún material que no se conocía en las profundidades marinas. Para agravar todo, su brazo le dolía horriblemente.
Estaba metido en un lío, lo tenía claro.
- Si solo tuviera un poco de agua de mar...- pensó, afligido.
Vector era el hijo mayor de Dax, uno de los últimos grandes hechiceros de su raza. Y como primogénito estaba aprendiendo a utilizar la magia y sus virtudes. En su hábitat, los tritones y las sirenas se curan rápidamente. Pero con unas cuantas palabras debídamente seleccionadas, el proceso era casi inmediato. Sintió pasos apresurados al otro lado de la puerta, por lo que cerró sus ojos rápidamente.
- Ninguna palabra a nadie de lo que verás ahora, desgraciada. Ya sabes de lo que soy capaz de hacerte...
- No diré nada. Déjeme tranquila, te lo ruego.
- Debes curarlo. Eres una enfermera, serás capás de ello. ¿No?
- ¿Hay una persona herida allí dentro?
- Tú simplemente cúralo.
Se escuchó un nuevo forcejeo, seguido de una risa grave y cruel.
- Me diviertes mucho, Mary.
La puerta se abrió y se cerró de un portazo. Un pequeño sollozo inundó la estancia, pero se interrumpió de golpe. Unos pasitos inseguros se acercaron lentamente a él, no le cabía duda.
- Dios mío...
La muchacha extendió una mano temblorosa en dirección a la cara de ese ser. Mitad hombre, mitad pez. Un sireno. Rozó el pelo de un rojo escarlata potente y luego dirigió la vista hacia el hombro malherido. Cuando estaba a centímetros de tocar su rostro, una mano poderosa la detuvo, al tiempo que unos ojos dorados la observaban. Mary soltó un grito ahogado.
- Shh- susurró Vector.
- Lo-lo siento... ¿Me entiende?
- Por supuesto. ¿Estabas llorando?
Mary ignoró la pregunta.
- ¿Eres...? ¿Eres un sireno?
- No entiendo por qué los humanos se afanan en llamarnos así. Sólo existen sirenas, yo soy un tritón- volvió a susurrar.
- ¿Tritón? ¿Y hay más como tú?
- La raza humana no es la única que habita este planeta. Tu raza se caracteriza por su ceguera y egocentrismo.- Vector dibujó una mueca de dolor. Le estaba costando demaciado articular palabras. Mary se dio cuenta del gesto, no por nada se había titulado con honores de su facultad.
- No hables, estás débil. Esta herida no ha sido tratada-. Comenzó a rebuscar en su botiquín mientras hablaba.
- No... Tus medicinas podrían matarme, deja que me cure yo solo.
- No seas insensato, tu no eres capaz de nada en este estado. Confía en mí.
- No confío en humanos.
Mary dejó de buscar y miró con tristeza a la tina.
- No todos somos como ellos- le dijo amargamente. Vector no sabía qué pensar.
- Me han herido. Me han capturado y alejado de mi hogar. ¿Cómo se supone que voy a confiar?
- Ya te lo dije, no todos los humanos son malvados y despiadados. Quiero ayudarte y, si puedo, sacarte de aquí. Ahora, deja que te cure ese hombro.
- ¿Es que no me oyes? Tus medicinas pueden matarme.
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Todos lo saben.
- ¿Y ante qué pruebas?
Vector no tubo respuesta a aquello. Si sus conocimientos eran verídicos, nunca ningún miembro de la raza submarina había tenido contacto con humanos. ¿Cómo se conocía entonces la reacción frente a sus remedios? Una linea vertical se formó entre ceja y ceja del tritón.
- Está bien, inténtalo.
Mary esbozó una pequeña sonrisita de triunfo y se puso manos a la obra. Se colocó unos guantes de látex y observó la herida. Atravesaba el hombro de lado a lado. Se mordió el labio inferior, ya que tendría que suturar.
Estuvo cerca de una hora trabajando concienzudamente en el tritón. El dolor que sentía Vector era insoportable, pero no movió ningún músculo ni articuló palabra alguna. No se mostraría débil ante una humana.
- ¡Listo!- suspiró la enfermera.
El muchacho observó su hombro, impresionado, ya que un pulcro vendaje lo cubría. El dolor no había desaparecido, pero sí disminuído.
- Gracias- murmuró, mirando todavía su hombro.
- De nada. No nos hemos presentado aún. Mi nombre es Mary, Mary Allport.
- Yo soy Vector, hijo de Dax.
Se quedaron mirando largo rato, hasta que un fuerte portazo los sobresaltó. John, un hombre gordo, desaseado y desdentado entró al baño de su choza, ubicado en la costa de un pueblito inglés.
- ¿Has terminado?- espetó.
- Sí-. Respondió Mary, sin mirarlo.
- ¿Y qué rayos estás esperando? ¡Vete de aquí!
La joven no se hizo de rogar. Tomó sus cosas rápidamente y, lanzándole una última mirada a Vector, abandonó la habitación.
- Bien, bien. Tú, sireno, me harás el hombre más rico de este planeta- dijo el hombre, sonriendo de manera maligna.
- Lo sé. Llama a Mary, ella lo curará. Ahora quiero una buena cerveza.
Vector escuchó la breve conversación de los humanos, los mismos que lo habían capturado hace ya dos días. Unas fuertes pisadas le indicaron que se volvía a encontrar solo. Abrió los ojos de golpe. Se encontraba en una habitación pequeña y pestilente. Lo habían depositado en una especie de cacerola grande y blanca, aparentemente de mármol o de algún material que no se conocía en las profundidades marinas. Para agravar todo, su brazo le dolía horriblemente.
Estaba metido en un lío, lo tenía claro.
- Si solo tuviera un poco de agua de mar...- pensó, afligido.
Vector era el hijo mayor de Dax, uno de los últimos grandes hechiceros de su raza. Y como primogénito estaba aprendiendo a utilizar la magia y sus virtudes. En su hábitat, los tritones y las sirenas se curan rápidamente. Pero con unas cuantas palabras debídamente seleccionadas, el proceso era casi inmediato. Sintió pasos apresurados al otro lado de la puerta, por lo que cerró sus ojos rápidamente.
- Ninguna palabra a nadie de lo que verás ahora, desgraciada. Ya sabes de lo que soy capaz de hacerte...
- No diré nada. Déjeme tranquila, te lo ruego.
- Debes curarlo. Eres una enfermera, serás capás de ello. ¿No?
- ¿Hay una persona herida allí dentro?
- Tú simplemente cúralo.
Se escuchó un nuevo forcejeo, seguido de una risa grave y cruel.
- Me diviertes mucho, Mary.
La puerta se abrió y se cerró de un portazo. Un pequeño sollozo inundó la estancia, pero se interrumpió de golpe. Unos pasitos inseguros se acercaron lentamente a él, no le cabía duda.
- Dios mío...
La muchacha extendió una mano temblorosa en dirección a la cara de ese ser. Mitad hombre, mitad pez. Un sireno. Rozó el pelo de un rojo escarlata potente y luego dirigió la vista hacia el hombro malherido. Cuando estaba a centímetros de tocar su rostro, una mano poderosa la detuvo, al tiempo que unos ojos dorados la observaban. Mary soltó un grito ahogado.
- Shh- susurró Vector.
- Lo-lo siento... ¿Me entiende?
- Por supuesto. ¿Estabas llorando?
Mary ignoró la pregunta.
- ¿Eres...? ¿Eres un sireno?
- No entiendo por qué los humanos se afanan en llamarnos así. Sólo existen sirenas, yo soy un tritón- volvió a susurrar.
- ¿Tritón? ¿Y hay más como tú?
- La raza humana no es la única que habita este planeta. Tu raza se caracteriza por su ceguera y egocentrismo.- Vector dibujó una mueca de dolor. Le estaba costando demaciado articular palabras. Mary se dio cuenta del gesto, no por nada se había titulado con honores de su facultad.
- No hables, estás débil. Esta herida no ha sido tratada-. Comenzó a rebuscar en su botiquín mientras hablaba.
- No... Tus medicinas podrían matarme, deja que me cure yo solo.
- No seas insensato, tu no eres capaz de nada en este estado. Confía en mí.
- No confío en humanos.
Mary dejó de buscar y miró con tristeza a la tina.
- No todos somos como ellos- le dijo amargamente. Vector no sabía qué pensar.
- Me han herido. Me han capturado y alejado de mi hogar. ¿Cómo se supone que voy a confiar?
- Ya te lo dije, no todos los humanos son malvados y despiadados. Quiero ayudarte y, si puedo, sacarte de aquí. Ahora, deja que te cure ese hombro.
- ¿Es que no me oyes? Tus medicinas pueden matarme.
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Todos lo saben.
- ¿Y ante qué pruebas?
Vector no tubo respuesta a aquello. Si sus conocimientos eran verídicos, nunca ningún miembro de la raza submarina había tenido contacto con humanos. ¿Cómo se conocía entonces la reacción frente a sus remedios? Una linea vertical se formó entre ceja y ceja del tritón.
- Está bien, inténtalo.
Mary esbozó una pequeña sonrisita de triunfo y se puso manos a la obra. Se colocó unos guantes de látex y observó la herida. Atravesaba el hombro de lado a lado. Se mordió el labio inferior, ya que tendría que suturar.
Estuvo cerca de una hora trabajando concienzudamente en el tritón. El dolor que sentía Vector era insoportable, pero no movió ningún músculo ni articuló palabra alguna. No se mostraría débil ante una humana.
- ¡Listo!- suspiró la enfermera.
El muchacho observó su hombro, impresionado, ya que un pulcro vendaje lo cubría. El dolor no había desaparecido, pero sí disminuído.
- Gracias- murmuró, mirando todavía su hombro.
- De nada. No nos hemos presentado aún. Mi nombre es Mary, Mary Allport.
- Yo soy Vector, hijo de Dax.
Se quedaron mirando largo rato, hasta que un fuerte portazo los sobresaltó. John, un hombre gordo, desaseado y desdentado entró al baño de su choza, ubicado en la costa de un pueblito inglés.
- ¿Has terminado?- espetó.
- Sí-. Respondió Mary, sin mirarlo.
- ¿Y qué rayos estás esperando? ¡Vete de aquí!
La joven no se hizo de rogar. Tomó sus cosas rápidamente y, lanzándole una última mirada a Vector, abandonó la habitación.
- Bien, bien. Tú, sireno, me harás el hombre más rico de este planeta- dijo el hombre, sonriendo de manera maligna.


